Cuando el cuerpo entra al algoritmo, ¿quién posee el deseo?
Hace apenas dos décadas, la relación entre tecnología y sexualidad era un chiste de mal gusto en la sobremesa paraguaya: el viejo chiste del “cyber” de madrugada, la webcam traviesa, los chats con nombre falso y la conexión dial-up que cortaba si alguien levantaba el teléfono. Hoy, la cosa ha cambiado. No solo porque el WiFi ya no tiembla con la licuadora, sino porque el deseo ha entrado formalmente al terreno de la optimización algorítmica, la ciberseguridad, la experiencia de usuario y los pagos en criptomonedas.
En Paraguay, un país que todavía aparece en los rankings de los más conservadores de América Latina, la industria de los contenidos para adultos ha mutado como una serpiente en una iglesia: se escurre, se adapta, pero no deja de causar incomodidad. Sin embargo, detrás de esa incomodidad persiste una verdad brutal: hay un mercado en crecimiento, una demanda constante y una innovación silenciosa que está transformando la forma en que se ofrecen —y consumen— servicios sexuales.
Y no, no hablamos solo de OnlyFans o porno amateur. Hablamos de plataformas locales de escorts que, en un acto de inesperado futurismo tropical, están implementando tecnologías que rivalizan con las de startups fintech o apps de citas de Silicon Valley. ¿Ironía? No. Realidad posmoderna.
De la ficha al perfil 3D: evolución digital del acompañamiento sexual
Antes, buscar una trabajadora sexual en Paraguay era una operación de susurros y paredes. Un teléfono anotado a mano, una “recomendación” confidencial, una presencia en clubes discretos. Hoy, los portales web especializados como escort py y otras plataformas emergentes funcionan como verdaderos marketplaces digitales: ofrecen filtros por ciudad, edad, nacionalidad, idiomas, preferencias sexuales y hasta reseñas de clientes. Es como Amazon, pero para el deseo.
Pero no se detienen allí. Algunas de estas plataformas están adoptando interfaces con inteligencia artificial para atención al cliente, verificación biométrica para evitar fraudes, realidad aumentada para mostrar previews en 360°, y sistemas de geolocalización que permiten al usuario saber quién está disponible cerca... y ahora.
La experiencia del cliente —ese concepto heredado de Starbucks y adaptado sin pudor— ha llegado al mundo del trabajo sexual. En algunas plataformas ya se implementan funciones como:
Videoverificación en tiempo real para evitar perfiles falsos.
Encriptación punto a punto en chats y videollamadas.
Pagos mediante criptomonedas, especialmente USDT y BTC, como medida de privacidad y seguridad.
Sistemas de reputación donde el usuario califica el servicio con parámetros más dignos de Uber que de un burdel.
La seguridad digital, tanto para trabajadoras como para clientes, se ha convertido en uno de los grandes diferenciales competitivos. La vieja lógica del “peligro callejero” ahora se combate con firewalls, KYC y tecnologías antifraude.
Y sí, es tan contradictorio como suena: en un país donde cuesta pagar con tarjeta en una carnicería, podés contratar una escort con blockchain.
Tecnología, cuerpo y poder: ¿quién controla a quién?
No es casual que este tipo de innovación esté ocurriendo en los márgenes. Porque en Paraguay, como en otros países de la región, la industria del placer sigue siendo un limbo legal: tolerada pero no regulada, visible pero no admitida. Esto da lugar a un ecosistema semi-clandestino que, paradójicamente, se vuelve ideal para experimentar con tecnología de última generación.
¿La razón? Simple: nadie lo controla. Y donde no hay regulación, florece la disrupción.
Sin embargo, esta nueva etapa tecnológica del mercado sexual paraguayo no está exenta de dilemas éticos. Si bien mejora la seguridad y reduce riesgos para trabajadoras y clientes, también plantea preguntas incómodas:
¿Qué sucede con los datos personales de quienes utilizan estos sitios?
¿Quién almacena las conversaciones encriptadas y con qué fines?
¿Hasta qué punto el anonimato digital protege… o invisibiliza?
La tecnología —esa amante ambigua— promete liberar y controlar al mismo tiempo. Otorga autonomía a las trabajadoras sexuales, permitiéndoles manejar su agenda, precios y condiciones desde un smartphone. Pero también las somete a una vigilancia sofisticada, donde cada clic puede convertirse en prueba, cada reseña en sentencia, cada foto en un bumerán de consecuencias.
Como en un tango cibernético, el poder baila entre lo visible y lo oculto.
Casos reales: innovación desde lo inesperado
Uno de los portales más avanzados del país, cuya identidad omitimos por razones obvias, ha incorporado recientemente un sistema de verificación facial alimentado por IA que compara las fotos del perfil con una base de datos interna y externa, detectando intentos de suplantación. Si alguien intenta subir imágenes robadas de redes sociales o bancos de imágenes, el sistema lo bloquea en segundos.
Otra plataforma desarrolló una función que permite a las escorts registrar clientes conflictivos, compartiendo esa información (de forma cifrada) con otras trabajadoras del sitio. Es una especie de “lista negra colaborativa”, parecida a la que usan plataformas de e-commerce para evitar estafadores.
Y como si esto fuera poco, ya hay desarrolladores locales creando apps móviles específicas para escorts: gestionan turnos, pagos, control de horarios, alertas de seguridad y hasta funciones de “botón de pánico” conectado con contactos de confianza. No estamos lejos del día en que Siri o Alexa asistan en la logística de una cita.
Todo esto suena a ciencia ficción, pero ocurre en Asunción, Encarnación y Ciudad del Este. Es el submundo más avanzado tecnológicamente del país. Irónico, ¿no?
Antítesis nacional: conservadurismo moral y progreso digital
Aquí se asoma la paradoja más potente del fenómeno. Mientras figuras públicas, políticos y buena parte de la sociedad paraguaya siguen promoviendo discursos fuertemente conservadores —reprobando la educación sexual en escuelas, censurando contenidos LGBTQ+, negando la existencia de trata en discursos oficiales—, el mercado sexual digital avanza como un tren sin freno, alimentado por el mismo público que lo reprueba en voz alta y lo financia en silencio.
En Paraguay se persigue a influencers por subir fotos sugerentes, pero se ignora deliberadamente que las plataformas de contenido erótico mueven cifras que superan el comercio de muchos rubros formales.
Es un país donde se prohíbe la educación sexual pero se busca “escort en tu zona” en el buscador de Google más que “ministerio de salud”. Un país que expulsa el cuerpo del aula y lo invita en secreto a la pantalla del celular.
Y en esa tensión —esa herida moral que nunca cierra— crece la tecnología.
El futuro ya vino… en lencería
No es difícil imaginar hacia dónde podría escalar este cruce entre erotismo y software. Con los avances en inteligencia artificial generativa, pronto veremos asistentes virtuales que simulen conversaciones eróticas personalizadas, clones digitales de modelos reales que interactúen con los clientes, o experiencias inmersivas con realidad virtual que conviertan una habitación en Asunción en un burdel digital de Tokio.
Ya hay plataformas trabajando con deepfakes éticos, es decir, donde las escorts autorizan generar versiones hiperrealistas de sí mismas para clientes remotos. Así pueden “estar” sin estar, multiplicar ingresos sin exponerse físicamente, y ofrecer una experiencia interactiva a lo Black Mirror. Literalmente.
Lo que antes era ciencia ficción se está volviendo modelo de negocio. Y Paraguay, con su mezcla de prohibición hipócrita y liberalismo práctico, se convierte en terreno fértil para esa contradicción digital.
Epílogo: cuando el deseo se codifica
No hay que romantizar nada: detrás del progreso tecnológico en la industria del sexo hay explotación, desigualdades, zonas grises legales y muchos silencios convenientes. Pero tampoco conviene ignorar que esta digitalización —cuando es bien usada— puede ser una herramienta de autonomía, seguridad y profesionalización para quienes históricamente han trabajado en la sombra.
En un mundo donde todo se vuelve data, los cuerpos también se convierten en interfaces. La pregunta no es solo qué hacen las escorts con la tecnología, sino qué hace la tecnología con ellas.
En Paraguay, el tabú y el código conviven. Y mientras el país debate si se debe hablar de sexo en las escuelas, el deseo ya encontró su lenguaje binario.
Y lo habla con fluidez.